
por Fernando Somoza
Levante la mano quien la está pasando bien. Bueno, se ven muy pocos. Tal vez aquellos que juegan de titulares en la timba financiera en la que se convirtió este país allá lejos y hace tiempo. Justamente con la “plata dulce” que nos trajo a este estado de cosas, con un mandatario nacional que destila violencia junto a un grupo de energúmenos que lo acompañan en esta matriz de odio, que cada vez se torna más peligrosa para el sostenimiento de la paz social.
Sabido es que Dios está en todos lados, pero atiende en CABA. Tal vez este domingo, el porteñazgo otorgue algunas señales respecto al casi año y medio de gestión de Javier Milei, con un “éxito” insuflado desde sus mesiánicos nerds que almuerzan un alfajor y hacen el doblez del papel para no perderse ni una miguita.
Para el resto, “ni agua”. Los indicadores siguen en rojo. El consumo para atrás, con desesperada intención de las grandes cadenas supermercadistas, que falta que pongan ofertas en el papel higiénico para que podamos leerlas tranquilos cuando vamos al baño y dejamos por un momento el celu apoyado en el bidet.
“No me alcanza” es la voz común de los sin voz, que no tuitean ni tienen ganas de pelear con imbéciles que defienden situaciones con el único argumento del insulto.
Les siguen pegando a los jubilados, pero no solamente con los palos los miércoles, sino todos los días con la motosierra que trajeron para entretener al público ansioso mientras hacen sus pingües negocios, hasta que aparece alguna estafa con criptomonedas que los pone a todos en “libertad”, pero condicional. Aunque poco confiamos en que haya una justicia de verdad, más allá de la divina.
Ya van 17 meses de relatos, eufemismos, oxímorones, Excel, diapositivas, romances palaciegos y tonterías variadas; pero lo único cierto es lo expresado por el presidente en uno de sus discursos ante empresarios y que, recortada y parafraseando al Diego, quedaría de la siguiente manera: “La tienen adentro”.
LTA los del campo y los de la ciudad, las pymes y las grandes, los pobres y los desahuciados, los adultos mayores y los discapacitados, la clase media baja y la clase media alta, los que fabrican remeras como los que hacen celulares, los que pagan impuestos como quienes no lo hacen.
Todos están jodidos en esta tierra de la esperanza, movidos por la confianza de corto plazo hacia dirigentes a los que nunca parece tocarles la mala, salvo cuando la justicia los pesca (muy cada tanto) con algún vuelto (más o menos potente), y eso puede llegar a encaminarse hacia un juicio que demorará algunos años (luz).
Por eso, la historia, aunque a veces aburrida, sirve seguramente para entender algunas cuestiones del presente y, por qué no, del futuro, con sus sorprendentes parangones.
Vayamos al grano y recordemos que Carlos Menem, el presidente “modelo” para el actual jefe de Estado, llegó al gobierno empujado por el caos económico que enfrentaba Raúl Alfonsín.
El riojano se hizo cargo el 8 de julio de 1989 y la indómita economía de aquel entonces se lo estaba llevando puesto de la mano de su coterráneo Antonio Erman González, quien había reemplazado al grupo Bunge y Born (un ministerio a cargo de una empresa), que fue el que debutó en el gabinete de Carlos.
Tras 17 meses de gestión (igual que ahora Milei) y con un 2000 % de inflación, desembarcó en julio de 1990 Domingo Cavallo, quien hasta entonces era canciller.
El “Mingo”, dos meses después, instauró el “plan de Convertibilidad”, que quitó tres ceros al “Austral” y puso al peso convertible en paridad con el dólar: uno a uno, logrando además bajar la inflación.
Por eso, si recurrimos a la historia, siempre hallaremos un hito para encontrar el camino de la “esperanza”.
Cavallo se fue del ministerio en 1996, ya desgastado por su propio plan y, a pesar de que había privatizado la mayoría de las empresas públicas, empezaba a agrietarse. Cuando se hizo cargo de la cartera de economía en el ‘90 y con hiperinflación, la pobreza era del 33,7%; cuando se fue a su casa era del 26,7%, habiendo logrado una baja de 7 puntos.
Sin embargo, merced a las medidas tomadas y muy similares a las actuales, cuando Mingo arrancó, el desempleo era del 6%, y cuando se fue, se había multiplicado por 3, llegando al 18%.
Por eso, a veces la historia nos puede emparentar con cualquier relato, pero también puede matarlo; aunque, llamativamente, la esperanza de los infelices sigue sobreviviendo.