
por Fernando Somoza Especial para NA (*)
El olor a viejo se siente en la economía, con la foto repetida de la corrida del dólar, de la deuda que toman los gobiernos y particularmente éste cuyo líder decía que podía manejarse sin necesidad de pedir plata.
Huele a viejo el discurso del presidente Javier Milei, a viejo y a falso porque salvo el equilibrio fiscal -logrado con el deterioro en la calidad de vida de niños y adultos mayores- el resto de las promesas se fueron cayendo como el valor del peso argentino.
Todo parece tener regresión en el plano económico. ¡Otra vez sopa!
Las palabras presidenciales que exageran el marco teórico y trasunta palabras para muchos inentendibles, ya empiezan a sonar preocupantes, como sabiendo que algo malo se avecina.
Disculpas por la comparación, pero recuerda al doctor dándonos un diagnóstico con términos médicos para nosotros incomprensibles que nos obligan a pensar: “Algo malo tengo”.
Además, otro de los signos del primer mandatario es su excesiva violencia. Debe admitirse que quien tiene la razón transita por debates mesurados, tranquilos y respetuosos. Por el contrario, el que duda de sus propios dichos, intenta que se entiendan a la fuerza, a los gritos, insultando y denigrando al escucha. Eso nos pasa a quienes tratamos “con buena onda”, de escuchar sus razones para seguir confiándole nuestro bienestar futuro, o malestar presente.
Para colmo lo acompañan fanáticos que además lo emulan y los argumentos que necesitamos para sabernos mejor en medio del caos, también lo reparten de mal modo y lacónicamente, nos espetan que, si no comprendemos las bondades de esta gestión, es porque somos simples ignorantes.
En ese entorno queda claro que la grieta seguirá agigantándose, porque no hay nada peor que tratar de reclamar por algo que creemos que está mal encaminado y recibir de respuesta una grosería en el mejor de los casos, un gaseo en el mediano y un tiro en la cabeza si la cosa se pone más tensa. Cosa que ocurre todas las semanas.
Claro está que confiando en la República, en los tres poderes y todas esas bondades que nos contaron de la Democracia; esa misma con que se comía, se curaba y se educaba, podríamos recurrir a nuestros representantes; pero hete aquí que no pueden ocuparse de nuestras inquietudes porque se hallan cada uno en su propio espacio insultándose y agrediéndose para poder dar un mordisco al queso que se vienen repartiendo desde hace 40 años y es cada vez más pequeño, lo cual resulta inversamente proporcional al crecimiento del conflicto.
Permítaseme utilizar el genérico de “La gente”, para indicar que esa mayoría que anda por ahí y le ha tocado ser ciudadano de este exquisito territorio; ya no vota ideologías, programas de gobierno, legados históricos ni extraterrestres de alguna galaxia inteligente. La gente vota sólo por la esperanza que le puede llegar a prodigar aquel que mejor le haya caído a través de los medios de comunicación, incluidas, por supuesto las redes sociales.
Ni siquiera vota con el corazón o la promesa que le hizo al padre en la tumba que siempre votaría a un partido o prohombre.
Se vota para vivir un poco mejor, después de haber ido perdiendo calidad de vida y cansados de andar a los saltos con la inflación, la jubilación que no alcanza, el trabajo que no se consigue y como contrapartida, la buena vida que tiene quien logra colgarse de un “puestito político”, como así vulgarmente se lo llama.
La gente, ya se cansó también de todo y perdió la esperanza en que haya alguien que aparezca y haga lo que tenga que hacer. Algo tan simple como “representarnos”.
Por eso las urnas han perdido hasta esa virtud que tenían y eso queda demostrado en los bajos índices de asistencia de los ciudadanos en los comicios.
No ha quedado fuerzas siquiera de gritar una vez más ¡Qué se vayan Todos! La gente está hastiada de que vuelva el olor a lo viejo y a sabiendas que nadie se irá y que siempre estarán los mismos. Por eso, aunque sea en modo protesta siquiera se molesta en ir a las urnas.
Hasta ahora las luchas internas de la política sólo han causado vergüenza ajena en las comunidades pacíficas de nuestro país, tal vez las castas políticas estén buscando que eso también se corrompa y sus violencias pasan al grueso del pueblo; en ese caso, no habrá futuro.