
por Fernando Somoza Especial para NA (*)
José Saramago, el exquisito escritor portugués que dejó tantas delicias literarias para reflexionar, lo hizo también con “Ensayo sobre la ceguera” (Grupo Santillana 1995) un libro en el cual narra la repentina ceguera que se produce sobre una comunidad y la situación que genera tal hecho.
Los protagonistas (a quienes el autor nunca les pone nombre) son un médico y su mujer (que es la única a la que esta epidemia no la ataca) guía al grupo y llega al desenlace, que no adelantaremos (cualquier semejanza con Cristina corre por cuenta del lector).
“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”, dijo sobre su propia obra alguna vez el autor y esa definición pareciera estar atada a lo que hemos ido transitando durante el gobierno de Javier Milei, y que ahora pareciera estar dando un giro de 180 grados respecto a sus inicios, donde sus fanáticos acusaban a los habitantes de “mandrilandia” de “no verla”, utilizando esa forma despectiva de denominar a todos y cada uno de los que no comulgan con sus rarezas en materia de economía y Estado.
Esta semana no fue la peor, cada una de las semanas vienen sumando algo más al deterioro de un plan que los especialistas venían anunciando y que los obsecuentes empiezan a buscarle excusas culpando a otros.
No hay confianza externa en el gobierno salvo para algunos saqueadores que aprovechan la temporada de remate.
La extravagancia en la forma de gobernar y la deshonestidad de tapar errores con insultos, parecen estar haciendo mella en quienes venían padeciendo la ceguera frente a un líder mesiánico que, impulsado como siempre por grupos de poder, otrora golpistas; llegó a la política a través de los nuevos medios comunicacionales y una afinada estrategia de manipulación.
Algunos propietarios empiezan a notar que Milei y sus asesores debieran ser un mero equipo de administradores de este edificio llamado Argentina y sin embargo se están metiendo a saquear nuestras viviendas.
La ceguera se despeja en quienes perdieron su empleo; da lo mismo si era estatal o privado, porque la motosierra se aplicó al Estado, pero la recesión se llevó puesta también a las pymes.
Las sombras se van transformando en luces para quienes creían que su sueldo pasaría a dólares y que sin embargo sigue en pesos y es prácticamente el mismo que hace un año, aunque alcance para comprar menos.
Lo mismo le pasa a los que tienen a tope el crédito de la tarjeta y se les da por sacar cuentas de la usura.
Los del campo o los de la ciudad, empiezan a ver los destellos del que juega con las finanzas y cada vez tiene más sin hacer ningún esfuerzo.
Los jóvenes que vivían con papá y mamá y los convencieron a ellos para votar “el cambio”, son los que ahora parecen perder la vista, cuando sus amorosos inquilinos le piden que salga a trabajar porque “así no se puede seguir”. En tanto, los independientes que confiaban en el “fenómeno barrial”, vuelven a casa de sus padres sin más, porque el alquiler se pone difícil.
De a poco lo que empezó como un goteo toma más fuerza y las banderas empiezan a escribirse con la frase “Mandrilandia somos todos”, cuando en verdad somos los mismos de siempre, los políticamente abusados, que pasamos de una jaula a la otra, sin mirar. A veces ciegos, otras mudos y siempre sordos.