por Fernando Somoza Especial para NA (*)
El gobierno de Javier Milei sigue mostrando, según sus propias métricas espirituales, un “éxito arrollador”. Uno casi podría imaginar fuegos artificiales y violines épicos cada vez que el Presidente toma un micrófono y asegura que “nunca en la historia argentina se hizo tanto en tan poco tiempo”. Lástima que los números, esos seres ingratos que no entienden de épica libertaria, no terminan de acompañar el entusiasmo presidencial.
Es lo que vienen señalando no sólo economistas críticos —esos que Milei considera parte del “colectivismo berreta”— sino incluso algunos especialistas cercanos al oficialismo. Gente que hasta hace poco lo aplaudía como si hubiese bajado del Monte Sinaí con las tablas de la Ley y ahora empieza a murmurar que el plan económico “no cierra”.
La economía parece avanzar a los saltos, como un auto viejo que arranca solo cuando uno le reza a San Expedito. Lo mismo ocurre con la política: un día se logra una mayoría inesperada en el Congreso, y al otro todo se desmorona como la carroza del cuento cuando el reloj marca medianoche y el encanto se evapora. El Gobierno cree tener la fuerza parlamentaria para hacer una reforma profunda, pero cada paso termina siendo una pirueta que compromete el equilibrio.
Una cosa es que la vereda de enfrente critique. Eso es rutina, deporte nacional, costumbre histórica. Otra muy distinta es que lo hagan quienes hasta hace poquito eran considerados “propios”. Y algunos de ellos ya no hablan de tensiones: directamente pronostican tormenta, sobre todo cuando se acumulan señales de desgaste económico.
Mientras tanto, Milei insiste en que todo marcha sobre ruedas, aunque para sostener ese relato tenga que incinerar públicamente a algún funcionario propio. Esta semana fue su ministro de Economía, Toto Caputo, cuando el Presidente recordó ante empresarios los 50.000 millones de dólares que se “fumó el macrismo”. Detalle menor: quien timoneaba aquella aventura era justamente Caputo. Ironías del destino: lo critica el mismo que lo sostiene, y aun así Totito permanece en su despacho como si nada.
El Tesoro de Estados Unidos, siempre prudente y con lenguaje diplomático, ha hecho comentarios que en otro contexto serían tomados como llamados de atención. Pero el Presidente prefiere la épica solitaria: no escucha señales, no modera el mensaje, y sigue adelante convencido de que el plan —un laberinto de tecnicismos que sólo él parece comprender— resultará finalmente en el paraíso económico argentino. El problema es que los pocos que entienden esos tecnicismos no son tan optimistas.
Mientras tanto, en el mundo real, la sangría de pymes y empresas grandes empieza a preocupar incluso a quienes antes repetían el mantra del “ordenamiento”. La libre importación —presentada como la llave mágica para la felicidad del consumidor argentino— está provocando un impacto que muchos sectores productivos no pueden absorber. Y encima, el presidente les envía mensajes en los que los deja como llorones incapaces, agregando que la competencia extranjera los hará mejores. Todo muy inspirador… salvo por el detalle de que miles de trabajadores podrían quedarse sin empleo. Eso sí: podrán comprar más barato. Si conservan la billetera.
Como si todo esto fuera poco, el tablero de la geopolítica se ha vuelto resbaladizo. La Casa Blanca observa con cierta perplejidad algunas decisiones y gestos del gobierno argentino, que parecen más impulsivos que estratégicos. Y el episodio del sorteo del Mundial en Estados Unidos terminó de agregar una dosis de desconcierto: Milei decidió no viajar, dejando plantados a figuras centrales del fútbol y, lo que es más relevante, a su “socio” del norte. A su amigo no le habría caído bien el desplante, y eso ya sumó un punto negativo innecesario.
A esto se sumó otro episodio diplomático: Donald Trump —quien era considerado casi un aliado natural por el oficialismo argentino— elogió públicamente a Lula da Silva, prometió trabajar estrechamente con Brasil y destacó su liderazgo regional. Un giro llamativo, sobre todo para quienes imaginaban que Milei tendría un lugar privilegiado en el nuevo orden trumpista. Pero parece que, al menos por ahora, está afuera del álbum de fotos.
En este contexto, el gobierno sigue apostando a que el tiempo será su mejor aliado. Que la macroeconomía se ordenará como por efecto dominó, que los precios se acomodarán por obra del mercado, que la actividad repuntará por confianza divina y que la tan prometida lluvia de inversiones dejará de ser garúa. El problema es que la calle empieza a mostrar otro clima: comercios vacíos, salarios sin reacción, familias ajustando hasta lo indecible y un humor social que ya no compra expectativas vagas.
Mientras Milei insiste en que Argentina está “abrazando la libertad”, muchos ciudadanos sienten que están siendo abrazados… pero por la recesión. Y fuerte.
¿Podrá el Gobierno revertir este escenario sin modificar su hoja de ruta? ¿O seguirá adelante con la convicción inamovible del que cree tener la verdad revelada? En un país que ya ha visto demasiados experimentos económicos, demasiadas promesas y demasiadas épicas que terminaron en tragedia, la paciencia social quizás no sea tan infinita como suponen en la Casa Rosada.
Por ahora, el grupo de la muerte no es el del sorteo de un Mundial. Es el que se juega en la economía argentina. Y nadie sabe quién pasa de ronda.
(*) fersomozaok@gmail.com